martes, agosto 09, 2005

Instrucciones para pelar una manzana

Esforcémonos por un instante en visualizar una escena a través de unos ojos a los que no estamos acostumbrados. Una escena remota:
una mesa puesta con pulcritud. Todos los cubiertos en su sitio, todos los necesarios, todos los platos necesarios, todas las copas necesarias. No, la servilleta no está doblada con elegancia. La servilleta sólo está ahí y es de color blanco, muy blanco.

No es una cena de gala. No es una cena de negocios. Es una cena en familia, en una familia quizás un tanto pasada de moda. Todos los comensales -padre, madre e hijos- están sentados a la mesa. Pero tú no la presides. Tú estás al lado de tus hermanos, a un lado. Sabes que si intentas alcanzar el postre antes de acabar con tu plato, tu madre de dejará sin probarlo.

Tras innumerables proezas consigues acabarte, bien o mal, tu hipotético plato de aberrante-quínica sopa (ad hoc). El postre: manzana. El medio, tu madre. Una gran mano alcanza una fruta. La examina. La fruta está lavada. Coge un cuchillo y lo aproxima a la piel de la misma. El cuchillo está perfectamente afilado, pero aún así arañar la piel de la fruta es una tarea delicada. Exige un instrumento adecuado y una presión medida más allá de todo cálculo consciente. La mano de tu madre, curtida en centenares de lides con frutas y verduras, no duda un instante y con maravillosa destreza, no sólo hiende la piel de la manzana, sino que además consigue dirigir el corte en la dirección correcta para que cada pedazo de piel cortado se sume al pedazo anterior, sin dejar huecos.

Otras dificultades insalvables en ciernes se de desvanecen de un soplo. El conseguir una fina capa de piel con escasa o nula pulpa adherida no es ningún problema para una mano tan madura (con perdón para los maduros que lean esto) y experta. Lo más maravilloso de todo es apreciar la escasa o nula dificultad que parece entrañar tal tarea para el progenitor: consigue empezar por el principio y acabar por el final de la fruta, de manera que de una sola vez recorta y separa toda la piel con maravilloso cuidado.

La perfecta hélice de fina piel cae a los pies de la manzana desnuda. Se diría que esa obra de arte ha sido concebida para perdurar y para hacerse valer por sí misma. Pero no es así: la enorme mano que con maestría ha mantenido su dedo pulgar a corta distancia de la hoja del cuchillo, sin llegar a poner nunca en peligro la integridad de la propia epidermis, coge la cáscara sin cuidado, sin pensar en ello la rompe y la aparta. No es más que basura. Lo valioso para esa persona adulta es la carne de la manzana, ese henchido montón de fibras y jugosa pulpa con consistencia de madera blanda y pálido color. La maravillosa y delicada hélice de colores maravillosos, de perfecta continuidad y regular uniformidad no es más que un desperdicio. ¿Quién lo hubiera dicho? Un adulto.

Salimos de la escena. Ya no somos niños. Ya no necesitamos a nadie que pele nuestras manzanas y ya no nos maravilla la legendaria habilidad, común a la mayoría de los adultos, de pelar diestramente toda clase de frutas, armados con cuchillo y experiencia.

Aprendamos a asomarnos a ese pasado maravilloso, que tanto tiempo dura en el recuerdo a pesar de que en la cuenta de los años no represente ni la mitad de lo que percibimos, no sólo porque para los niños, que sólo quieren crecer, la infancia tarda una eternidad en pasar, sino porque en ese lapso nos tiene que dar tiempo a aprender a pelar manzanas y toda clase de frutas. Porque es toda una ciencia que no se podría aprender en un tiempo menos dilatado. Por esa misma razón el tiempo se dilata para los niños y para poder volver a aprender como un niño tenemos que volver atrás y aprender a dilatar las escasas horas que se nos proporcionan. Aprendamos a valorar esa piel de fruta y quizás, cambiando nuestra mentalidad, obtengamos nuevos resultados y una experiencia plena y consciente de los actos que rigen nuestra vida, porque siempre tenemos que aprender de nuevo. Porque por más que aprendamos no dejamos de tener que volver atrás y reflexionar sobre lo que ya hemos visto y damos por sentado. Porque debemos apreciar y compartir la maravilla de un niño que se asombra por unas manos expertas, para así poder desarrollarnos sobre las mismas bases que un niño y al mismo ritmo, construir más alto.

lunes, agosto 01, 2005

Luchar por Nada

¿Se puede luchar durante toda la vida por nada en absoluto? Se puede.

El año pasado murió un profesor mío, una de las personas más interesantes que he llegado a conocer: que había pasado por casi todo por lo que se puede pasar y que se había hecho principalmente del esfuerzo. Era un fumador compulsivo y murió de cáncer de pulmón. No me extrañaría saber que murió con un cenicero lleno de colillas al lado y con la boca llena de humo.

Sin embargo tampoco me extrañaría todo lo contrario. Es decir, era una persona extremadamente cultivada, con un intelecto agudo e incluso físicamente poderosa. No sé en que pudo pensar antes de irse para siempre. No sé si creyó en Dios o en algún tipo de ética o de valores validos para toda la humanidad conforme se asomaba al abismo. No creo que sea posible realizar pruebas experimentales para comprobar cuales pueden ser los pensamientos de una persona que esta en el lecho de muerte. Las pruebas de laboratorio siempre acaban con un cadáver. De una persona sin valores se puede esperar cualquier cosa.

En cambio, si que tengo una ligera idea de lo que esa persona intento trasmitirme con poderosa doctrina o razonamiento, que ya no se. Era un profesor de historia y filosofía y es probable que cualquier cosa que yo pueda expresar aquí ahora mismo sea mero desecho de la leve patina que dejo sobre mi ser, que siempre será mucho menos de lo que esa persona sabia o creía.

No me voy a meter a analizar nada concreto porque soy capaz de patinar muchísimo, pero si que puedo intentar trasmitir con la siguiente anécdota una manera de ver las cosas,

Si yo fuera mayor de lo que soy lo que voy a contar adquiriría mas dimensiones, pero por suerte soy joven y cuando hablo de mis días en el instituto hablo apenas del año pasado.

El año pasado, inmersos en la natural apatía del estudiante que sabe que le van a aprobar por su cara bonita y en la acostumbrada clase que casi podríamos llamar voluntaria de algún filosofo difuso en mi memoria, una compañera de clase leyó una frase que probablemente fuera parte de su filosofía de vida, una bonita frase que habría recortado de alguna parte y pegado en un bonito diario plagado de fotos. Como estoy contando hechos reales, al contrario de lo que pasa con las habituales narraciones dentro de las narraciones, no puedo citar con precisión las palabras que dijo, llamémosla B., aquel día, pero puedo aventurar un recuerdo que para variar es confuso: "un hombre aguerrido es aquel que muere en defensa de sus valores, sabio es aquel que vive para enseñarlos". El concepto era ese.

Digamos que mi profesor se puso de, digamos (y valga la rimbombante redundancia) muy mala hostia, aunque siempre coherente y razonable. Para empezar y quizás terminar de demoler la famosa frase, empezó por derribar los valores, así, en genérico, diciendo algo que siempre se quedara grabado en mi memoria y que creo que es un buen argumento para abatir la inmensa mayoría de las creencias ciegas. Los hombres que empezaron la segunda guerra mundial eran hombres con unos valores muy firmes, eran hombres que realmente creían que el Holocausto era necesario. Gente que creía que su manera de ver el Mundo era la única y que por lo tanto el Mundo sin su guía no tenia sentido. Dicho sea de paso, para comprender eso, es instructivo ver la película el Hundimiento. Eso vale para los nazis que empezaron la segunda guerra mundial pero también vale para los terroristas integristas islámicos y para toda clase de radical dispuesto a dar la vida por sus ideas.


¿Dónde esta el limite? ¿Cuándo un valor deja de ser un valioso para convertirse en un lastre que cierra las percepciones y lleva a la intolerancia? El limite, como para la justicia, es poco claro. No se puede permitir que nadie se tome la justicia por su mano precisamente porque el administrar justicia es una prerrogativa que se adjudica uno de los poderes del estado, porque no hay nada que implique mas responsabilidad que establecer limites, que llamaremos leyes, y no seria justo que ningún individuo particular cargara con semejante responsabilidad. De hecho es notable que entre las tareas de los jueces no se cuenta en ningún caso la de establecer lo que esta bien o lo que esta mal (que seria establecer una serie de ética y de valores propios), en ese sentido solo existe la responsabilidad de interpretar las leyes que el mismo no redacta y emitir veredicto según ese criterio.

Como decía, gracias a... a lo que haya que darlas, hay un limite que imponen las leyes. Las leyes son el límite, pero las leyes están hechas a medida del ser humano, confeccionadas y aprobadas por las cámaras, dependen de su ética que a su vez depende de sus valores. El estado democrático ideal es aquel en el que el pueblo se representa si mismo con sus creencias y con sus valores, buenos o malos (sea lo que sea lo que signifiquen esas palabras llegados a este punto) y aunque no siempre es lo mejor para el pueblo (suponiendo que existe alguna cosa mejor que alguna otra cosa) será casi siempre garantía de que la mayoría del pueblo, que vota a sus gobernantes, estará conforme, puesto que se sentirá el responsable ultimo, salvo en casos de corrupción extrema, y si no estuviera conforme, tiene por lo menos la seguridad de que solo es cuestión de tiempo el que su discernimiento tome de nuevo las riendas del poder. En cuanto nos salimos de esas premisas, dejamos de hablar de estado democrático.

El proceso que establece los límites es tan complejo y en suma tan poco fiable que a menudo la gente desconfía de la justicia, con razón. Es una concatenación de trámites, valores y criterios dudosos en donde hay que contar además con el error humano. El margen de error se dispara. Es extremadamente poco fiable pero sin embargo es lo único que tenemos y es la manera que intuyo que se ha demostrado más eficiente para administrar los límites de lo moralmente correcto dentro de unos márgenes que concedan las libertades fundamentales al individuo. Ya hablare de libertades fundamentales en otro momento si se tercia.

El sistema es tan poco fiable que creo firmemente que la única manera de vivir en libertad y sin dilemas morales, en rigurosa coherencia con los valores de todo el mundo, es no tenerlos. La religión del ateo, los valores del nihilista.

Procuro estar tan abierto a todo que a menudo me pregunto si no debería abrirme a la idea de cerrarme en banda en algunos asuntos.

No creo que se pueda creer que haya algo valido en todo momento para toda la humanidad. Nunca nada será blanco o negro ni nadie tendrá nunca la verdad absoluta, aunque es cierto que todo ser humano, como tal, tiende al maniqueísmo y a imponer su verdad particular: es un impulso que habría que controlar.

Puede que hasta aquí no haya soltado más que lo que pretendía: tonterías poco fundadas según una filosofía canónica, pero al menos creo haber intuido que, después de todo, se puede hacer una vida seria y libre con una filosofía como la suya. La cuestión es decidir si merece la pena o no. Decidir si la seriedad y la libertad son objetivos prioritarios.

Una vida seria y libre. Eso es fundamental, signifique lo que signifique eso, no digo creo firmemente, porque seria estar en desacuerdo conmigo mismo, digo intuyo.

Estoy abierto a sus comentarios, si me leen.

Gominolas de mora para el que llegue hasta aquí y me de su opinión fundada al respecto.