martes, diciembre 30, 2008

Estaba pensando en una entrada apoteósica, llena de explicaciones, de trompetas y tambores. Saludar, desde este íntimo rincón que ya no lee nadie que no busque instrucciones para pelar manzanas en google *, y empezar a destilar éter.

Pero tengo intención de cambiar algo, empezando por descartar cosas superfluas, salvo porque el arte es completamente superfluo, que dice Oscar Wilde, y a eso no renuncio. Me explico: superfluo en tanto que quiero purificar un estilo contaminado por una escuela dominante en mi tiempo, que empieza ya apestar, viciado de figuras gratuitas, neoculterano.

Así pues, sin más, la crítica de un libro a falta de quince páginas para acabármelo. Quince páginas que no tengo intención de leerme. Un acto poético, que decía Jodorowsky.

Un puente sobre el Drina
Ivo Andric, 1945

Llevo cuatro meses con el maldito libro de los huevos. Es una obra maestra, una auténtica delicatessen, lo mejor que dio de sí un genio. Perlas de sabiduría concentrada, a espuertas.

Cuenta la historia del puente de Visegrad (ciudad bosnia en la frontera con Serbia) desde su construcción por los otomanos a mediados del siglo XVI hasta la Primera Guerra Mundial.

Dicho lo dicho, puede parecer que es algo tipo: "la construcción del puente sirve de excusa para ahondar en la mágica alma del autor que con tengo regomeyo tengo regomeyo tengo regomeyo tengo regomeyo tengo regomeyo maravillosa maestría consigue retratar el espíritu de los intrincados acontecimientos que dieron la vuelta al curso de la tengo regomeyo tengo regomeyo tengo regomeyo tengo regomeyo tengo regomeyo tengo regomeyo tengo regomeyo tengo regomeyo la historia". Y en la contraportada algo así como "El autor nació en Barcelona hace dos telediarios y ha ganado el premio Planeta por su novela "La Catedral Virtual". Le gusta la fotografía y cultiva plantas carnívoras".

Pero no.

El autor es Premio Nobel, y la historia del puente no sirve de excusa para retratar una mierda. La historia del puente es, básicamente, la historia del puente. Claro que hay personajes, porque si no no sería una novela, sino un tratado sobre puentes, y yo no sería un lector aficionado a la literatura, sino un ingeniero de caminos. Por suerte, no soy ingeniero, así que para que yo me leyera su libro, el señor Ivo Andric, que era un genio pero probablemente no tenía interés profesional en la ingeniería civil, tuvo que meter personajes e historias en la novela. Una ristra de personajes. En quinientos años, caben muchos nombres. Mete tantos rostros que para explicarlos no hace que vayan y hablen, sino que sintéticamente, con la clarividencia propia de un genio, con cuatro pinceladas, te da una visión global y clara de quién es ese sujeto y hace que no sea en absoluto un personaje plano.

Y esa síntesis tiene un mérito descomunal... con una contrapartida que es la que me ha matado como suscriptor del resto de la obra del escritor serbio, por lo menos en un año: semejante catedral de alfileres de orfebre es sólo para carreras de fondo. Y ya basta, por ahora.

Luego los personajes hablan y demuestran ser lo que se dice que son, pero sólo para desarrollar la historia que frecuentemente viene a ser la leyenda oral tradicional (que no sé si existirá de verdad) que rodea a cualquier edificio viejo, enriquecida con radios (que no ramificaciones) largos.

Y sí, claro, habla, como efectivamente dice la contraportada de mi libro, de los conflictos en (jajaja) la eterna comunidad imposible, y fortísimos escalofríos te recorren la espina dorsal cuando por fin entiendes de qué coño va la saludable visión orientalista del mundo de los musulmanes, y empatizas. Pero esas epifanías hay que arrancárselas de las tripas a un tocho.

La novela es también, se da uno cuenta al final y por eso no voy a explayarme, el fulcro para una elegía.

*
Es increíble: llevo años posicionado primero al buscar "pelar manzanas" sin comillas, tres cuartas partes de mis visitas entran por aquella entrada, de la que por desgracia no me siento especialmente orgulloso