martes, abril 14, 2009

Tengo tanta mala sangre estancada que temo que un día que la deje fluir, no pare. Pero, siendo verdad que podría emponzoñarme el horizonte, no es menos cierto que me consume por dentro, y de vez en cuando, cuando abro el grifo, le toca a alguien estar cerca. En cierta ocasión le largué a un Antonio, que sólo volví a ver una vez, un rollo de borracho de los que sólo había visto en películas. A mis amigos cercanos los tengo fritos, ¡pero me siguen queriendo!

El otro día vi a una amiga, que tampoco lo es tanto, sólo para abrir un poco la válvula. Eso es malo, por lo general.

Una vez me dijo mi madre, de mi hermano que acababa de cortar una relación: "no le estará contanto a la chica con la que va a salir ahora el rollo lacrimógeno de la otra con la que acaba de romper, ¿no?" Y yo: "mamá, mi hermano es tonto -todos los hermanos mayores lo son, y mucho- pero no tanto".

Y sin embargo ahí estaba yo, con la cabeza alta, pero deshaciéndome en singultos espasmódicos. Pero no era tan fiero el león que acabó rugiendo como el que yo me figuraba que tendría dentro. Maulló un poco, el misérrimo gato, y calló. El resto del tiempo, como la seda.

Va a ser que al final no tengo tan encarnadas las uñas como pensaba, o que catalizo bien mis flujos emocionales. En cualquier caso, son buenas nuevas.