viernes, noviembre 11, 2005

Lidia

Lidia es una muchacha de mirada dulce, cuerpo flexible y torneado, interesantísima conversación. A Lidia le aqueja una extrañísima e incurable enfermedad. No va a morir, no se pasará la vida en una silla de ruedas ni tendrá Alzheimer a los treinta años.

Lidia juega al tenis y cada vez que golpea la pelota con la raqueta, la mano inactiva se le cambia con la otra: su derecha se convierte en su izquiera y viceversa. Ocurre durante un instante, apenas unas centésimas de segundo. Es imperceptible para nadie que no sea Lidia, pero a ella le duele terriblemente. Pensó en dejar de jugar al tenis, pero no creyó que el que se te presentaran dificultades a la hora de hacer algo significara que debieras dejar de ocuparte de ello, así que Lidia continúa con su sufrido deporte.

El ojo humano funciona según los principios de la cámara oscura: la imagen que vemos, notablemente más luminosa que el interior del ojo, se proyecta, invertida, sobre la retina, posteriormente el cerebro decodifica la señal de manera que nosotros la interpretamos correctamente (aunque sería interesante divagar sobre lo correcto que es ver como vemos, y no de otra forma): con el arriba, arriba y con el abajo, abajo.
Lidia se ha acostumbrado a hacer lo mismo cuando juega al tenis, cada vez que tiene que golpear la bola de revés, da un derechazo. Decodifica la señal en tiempo real y actúa con reflejos felinos.




Por eso, para ella los reveses son derechas.

Y viceversa.



Un año y un día después, a Alba o a su reflejo.