sábado, enero 28, 2006

Escalera cósmica

Posaba el pie el la huella y subía la tabica del último tramo de la escalera desde cuya cima, le habían asegurado, se veía el mundo entero. Conforme se alejaba de lo que en su marco de referencia era “el suelo”, los escalones estaban cada vez más erosionados. Ante esta observación, no había dejado de admirarse en el ejercicio mental de inventar hipótesis para explicarse tan rara experiencia.


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Sabía que aquellos escalones estaban allí desde que empezara el mundo y sabía asimismo que los que él pisaba ahora, eran los mismos que hollaran Dioses y gigantes al principio de los tiempos. Todo el que hubiera llegado al escalón número quinientos tenía que haber pisado el cuatrocientos noventa y nueve, o por lo menos, el cuatrocientos noventa y ocho o noventa y siete.

No todo el que hubiera empezado a subir se había visto a sí mismo en la cima, así pues, conforme llegaba más y más arriba, era obvio que los escalereadores iban a ser cada vez menos numerosos. En estas circunstancias, y contando con que la dureza de la materia de cada escalón era distinta para cada uno pero repartida de manera aleatoria entre todos los materiales de cada uno de los escalones, iba en apariencia contra las leyes de la probabilidad el encontrarse tantos escalones desgastados en lo alto y tantos escalones prácticamente intactos hacia abajo.

Imaginaba que aquellos escalones estaban allí para hacer pensar a los escalereadores, porque los peldaños eran en verdad innumerables y hacía ya épocas que había perdido una cuenta que nunca se atrevió a comenzar. Imaginaba que alguien los había colocado con el tino suficiente como para que el escalereador casual no cayera en la locura inducida por la monotonía de una tarea que exigía tan poca concentración en sí misma, como concentración se exigía en tanto en cuanto el escalereador no debía mirar atrás so pena de quedarse a medias en su periplo.

Imaginaba el tino de un individuo factor y excluía inconscientemente la aleatoriedad que conocía. Pero era largo el tiempo y con la eternidad a la vista llegaba a comprender su propio inconsciente y a tacharlo de insensato.

Imaginaba las maravillas que debía ver desde arriba, miraba hacia delante y hacia abajo y forzaba su mente a la inconsciencia de los laterales que a tantos debían haber perdido, consecuentemente restriñía a voluntad su campo de visión y fluía hacia arriba en la esperanza de un oportuno Aleph.

Conforme subía, olvidaba.

Eones ha, dedicaba su mente a la escalera, y recordaba el mundo. Ponía un nombre a cada uno los escalones, nombres masculinos para los más desgastados, nombres femeninos para los más enteros. Aún se repetía en letanía las únicas palabras que no había olvidado, que sólo recordaba como parte intrínseca del proceso de ascensión, el mismo proceso de purificación espiritual al que se sometía en la infinidad del tiempo que ya percibía en toda su extensión.

Y ya no subía escaleras, sólo era un escalereador que se había perdido, subiendo, purificando, olvidando y ya no había último tramo de escaleras porque no era capaz de recordar el concepto.



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Subía y ponía nombres a los escalones, nombres femeninos a los más pardos, nombres masculinos a los más decididos, y señalaba los pares para estar seguro de qué pisaba y de que no volvía a pisar lo que ya había marcado.

Otro escalereador, desde su referencia, subía y subía y veía a lo alto, a lo bajo y a lo profundo, porque nadie le había dicho que no tuviera que hacerlo, y no sólo se preguntaba por el color, la textura, la densidad y la calidad del material que pisaba, sino también por la de los adyacentes, y se asombraba al contemplar que su punto de vista del mundo era enteramente subjetivo, puesto que el que subiera no significaba para todo el mundo lo que para él.

Veía, pasar, espíritus que pisaban la tabica de sus propios peldaños, cuyo abajo le era ortogonal y cuya base le quedaba dislocada. Veía escalereadores que no siempre le veían a él y advertía que si él se contaba como escalereador que avanzara hacia delante y arriba, otros avanzaban, según su referencia, hacia atrás y abajo, hacia atrás y arriba, hacia delante y abajo, todo en su mismo tramo de escalera.

Y se preguntaba cómo debía ser cada una de sus bases respectivas, no era una curiosidad agresiva la que le oprimía el pecho cuando se daba cuenta de que no todos ellos eran capaces, no ya de comprender su arriba y su adelante, sino de verle siquiera avanzar. Su curiosidad no era agresiva porque según su arriba y su abajo personales, que veía y referenciaba los demás respecto del suyo propio, no lo era. Sí lo era para otros escalereadores que veían en los ojos del escalereador el impulso de quererse apoderar de sus propias bases, que cada uno consideraban tan íntimas e inatacables, incomprensibles para todo el que no fuera el mismo escalereador, en la visión del mismo, y a menudo tan decididamente superiores a las demás, tales que inspiraban envidia.