viernes, abril 22, 2005

Long, long, time ago

Ésto lo escribí el 23 de noviembre de 2003. Ni me molesto en releerlo puesto que lo escribí para cuando tuviera un blog. Aquí está.


Hay expresiones, que se unen inextricablemente a la manera de pensar de una persona.
Si realmente el pensamiento está organizado como la palabra. Si la palabra es la manera que tenemos de materializar las ideas en nuestra memoria, en nuestra mente, no hay nada que impida que la expresión adecuada, en el momento adecuado afecte a nuestro carácter, a nuestro ser.
Una sola palabra puede alcanzar esa nota que necesita nuestra alma para vibrar. De la misma manera que un recipiente de cristal estalla con la nota adecuada, una sola palabra puede hacer que nuestro carácter eclosione o se hunda en la más profunda de las miserias.
La pluma no es más fuerte que la espada. Eso no es más que una figura retórica. Nunca te fíes de las figuras retóricas, son arte y como tal, peligrosas, aunque a menudo hermosas. Es una sinécdoque, el resultante por el resultado. Es la palabra la que es la más fuerte que la espada. La palabra adecuada puede arrancar un escalofrío a cualquiera. El discurso adecuado puede hacer que una nación se exalte. La palabra es artífice de la historia, no la espada. La espada no es más que la materialización de una de esas palabras que consiguen que la gente se odie entre ella, que la gente se odie a si misma.
Domina la palabra y dominarás la historia. Domina la palabra y serás como Dios.
La gente vulgar con inquietudes artísticas, intentará dominar la palabra. Aquellos de entre los artistas que no tengan una mente lúcida, una mente en la que la razón funcione como un reloj, a menudo se encontrarán en contradicción consigo mismos. El único recurso de estas personas es el artificio. Es convertir las palabras en un instrumento del arte, porque el arte no necesita explicación, pero aun así es capaz de arrancarte ese escalofrío que buscas. Porque el arte no es racional pero es capaz de llenar el alma más hambrienta.
Cuando una persona consigue acallar las voces de su alma, está en paz consigo mismo. “La felicidad es el estado de un ser racional en el mundo, al cual, en el conjunto de su existencia, le va todo según su deseo y voluntad”. ¿Cuál es el deseo del alma sino el cumplir la voluntad propia del individuo?
Por eso el arte es un gran partido. El arte se prostituye, porque se compra y se vende. Comprar y vender arte es comerciar con la felicidad, y la felicidad no es, en ningún sentido, un objeto barato.
Es extraño que no se hayan levantado pancartas y manifestaciones multitudinarias en todo el mundo reclamando “Arte gratuita para todos”. El arte es la manera de plasmar el todo en lo concreto. Por eso desgarra al artista, que en su afán de alcanzar el absoluto a través de medios limitados, ve frustrados sus objetivos y traicionados sus intereses. El artista que no agoniza en su tarea de producir pequeñas joyas, pretendidos reflejos del absoluto, o es técnico y no artista, o prostituye su alma viviendo de su arte.
Por eso la palabra, al igual que el arte, es un arma de doble filo. Por este motivo el arte de la retórica es un arte con todas las de la ley. El arte de dominar el discurso hablado. El arte de alcanzar los propios objetivos, prescindiendo de la razón y empleando la palabra en su artística ambigüedad.

Hay cientos de millones de pretendidos artistas. No hace falta más que un escritor emplee una cadena de palabras hermosas y cientos de escritorzuelos caerán en picado sobre ella cual rapaces para desvirgarla, para emplearla con un fin para el que no fue diseñada.

Una de esas cadenas de palabras reverberaba en mi cabeza cuando le puse las manos encima a mi blanco papel. Cayó la tinta sobre la más hermosa y noble de las escenas, la que deja espacio al desarrollo de nuevas ideas, de nuevos universos, el papel blanco, con la forma de una de las más innobles y vulgares expresiones.

“Una lágrima resbaló por su mejilla...”

¡Qué horror! Suena bien, tiene cadencia, pero es tan común, tan vulgar…

Si empezara mi diario de reflexiones con esas palabras se me podría confundir con otros cientos de miles de personas que han hecho lo mismo, y si es verdad que por dentro y por fuera, nuestro léxico, nuestras coletillas, nuestra pasión a la hora de expresarnos nos clasifican y nos conforman, utilizar las mismas palabras cruciales que otros cientos de miles, en un momento tan crucial como el comienzo, sería perderme entre la multitud. La ambición lo hace todo, y soy ambicioso, soy cínico y me creo capaz de prostituir mi alma vendiendo mi arte. Si mi arte se puede confundir entre la multitud, yo también. No me gustaría que así fuera.
“¡Qué Horror!” Es una expresión heredada. He de reconocer que es una de esas coletillas que se han incrustado en mi manera de hablar. Tuve un amigo singular que pronunciaba esas palabras con un tono tan exquisito, con una convicción tan profunda, que desde entonces se ha convertido en una de mis máximas.
“¡Qué Horror!”, es increíble, pero esas palabras en sus labios, me hacen vibrar, porque expresan el horror contenido de la persona cínica que se regocija en su sensación, por penosa que ésta sea. Es notable.